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lunes, 27 de diciembre de 2010

Que pasa cuando el bebe no para de llorar

Hace poco una lectora del blog nos comunicó su angustia al relatarnos un episodio en el que su hijo había sufrido una pérdida de consciencia. Ella lógicamente se llevó un susto de muerte, aunque afortunadamente la historia quedó sólo en eso.

Poco después se enteraría de que ese episodio era realmente lo que se denomina un espasmo del sollozo, y nos pidió si podíamos ampliar un poco la información sobre este cuadro.

Lola Rovati ya nos habló de su propia experiencia, la cual ha servido a las miles de mamás y papás preocupados que han tenido la mala suerte de vivir situaciones similares.

En un post anterior comentamos una serie de aspectos, como qué es este cuadro y las causas a las que se atribuye el que un niño pueda presentar este proceso.

En este segundo post trataremos el resto de los aspectos, como los síntomas que puede presentar y, sobre todo, cómo se puede manejar, algo que a veces puede ser complicado.

Los espasmos del sollozo son cuadros en los que el niño queda sin respiración tras una espiración prolongada, que normalmente se producen como consecuencia de un episodio como un llanto o un enfado.

En la mayoría de los casos los episodios que se producen son los que se denominan simples. Estos episodios son relativamente frecuentes y se suelen repetir.

Se caracterizan porque tras hacer una espiración larga, el niño luego se queda sin respirar y como consecuencia de ello se llega a poner incluso de un color azulado que llama mucho la atención, durante unos segundos (es lo que muchos padres describen “que se ha quedado privado”).

Tras esos momentos el niño puede hacer unos movimientos muy agitados, que pueden parecer convulsiones (muchas veces se confunden), pero que realmente no lo son. Tras esta “recuperación” el niño vuelve a respirar normalmente. No suele ser habitual que el niño pierda el conocimiento.

Otra posibilidad, afortunadamente menos frecuente, es que el niño presente un cuadro de los denominados graves. Generalmente estos se asocian a sustos ó estrés relativamente fuerte.

La principal diferencia es que el niño, en vez de color azul, en los episodios graves se pone muy pálido, blanco. Además puede llegar a perder el conocimiento.

Estos episodios graves son bastante menos frecuentes. La importancia radica en que cuando se produce el cuadro es importante que los pades estén atentos al color, los movimientos del niño y sobre todo si pierde el conocimiento o no.

Dado que todo ocurre muy deprisa y es una situación muy angustiante esto puede ser muy difícil, pero es importante para que el médico pueda distinguir los cuadros leves de los graves.

Con el tiempo los cuadros en general suelen desaparecer sin ningún problema, por lo que es importante armarse de paciencia y sobre todo evitar sobreproteger al niño, ya que es imposible predecir cuándo va a padecer un episodio o no.

En el caso de los leves lo normal es que no se paute ninguna medicación o medida especial. De hecho, muchos textos recomiendan incluso “ignorarlos”, es decir, no darles excesiva importancia, para que el niño no los asocie a que atrae atención. En cualquier caso siempre deben ser comentados con el pediatra para evaluar el riesgo y la actitud.

En los cuadros que el pediatra cataloga como graves puede que el niño se beneficie de tratamientos farmacológicos, como por ejemplo ansiolíticos o incluso atropina en caso de que se produzca un cuadro potencialmente severo, con pérdida de conocimiento y ausencia incluso de respiración que se prolongue más allá de unos segundos.

El problema es que estos fármacos tienen importantísimos efectos secundarios y su uso ha de hacerse bajo estricto control médico y sólo en casos potencialmente graves y severos.

Realmente el pronóstico en general es muy bueno, incluso en los graves, aunque estos tienen mayor riesgo real de lesiones que los leves, por lo que puede que haya que controlarlos con medicación.

En general suelen remitir con el tiempo sin producir ningún tipo de secuelas en los niños.

Es importante destacar que precisamente por eso es importante evitar que el niño aprenda a desencadenar estrés a través de rabietas o enfados para conseguir sus objetivos, por lo que en general se suele recomendar no alimentar estas conductas. Una forma sería precisamente el ignorarlas, como recomiendan muchos textos y profesionales, para que el niño no los use como un método de llamar la atención.

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